¡Hola!
Cando conoces al productor de una finca en persona y te cuenta su historia, te enamoras de su café.
Esa fue la situación que viví el lunes pasado cuando, gracias a Pablo Simancas de La Bicicleta, tuve la oportunidad de probar unos cafés de Costa Rica de la finca Noble Esperanza.
Francisco y Cati son los productores de una pequeña finca de 6 hectáreas donde cultivan sus cafetales rodeados de la sombra de árboles de guayaba. Un entorno donde conviven especies de insectos como las abejas, pájaros y demás fauna que crean un ecosistema perfecto para cultivar café.
Francisco nos contaba que él fue banquero y un día, mirando papeles de sus padres y abuelos se dio cuenta que en sus dos ramas familiares tenía ascendencia que se dedicaron al café así que decidió dejar de estar sentado en su oficina y volvió a la finca donde creció para empezar a cultivar y seguir lo que una vez iniciaron otros. La felicidad que contagiaba con su palabra y su mirada al contarlo era genuina.
Así pues, en su visita a España pasó por Alcalá de Henares, se compró un pin de El Quijote y nos habló de su "quijotada" haciendo referencia al paso que ha dado en su pasión por este mundo:
El café es el producto del sol y de la tierra. Una mágica transformación de energía en alimento. Las cerezas que salen son muy dulces y los sistemas que utilizamos ayudan a capturar el CO2 y liberan Oxígeno. En ningún caso agregamos elementos artificiales al suelo y eso se nota en la calidad del producto final.
Están innovando constantemente. Al recoletar las cerezas del café, las limpian con ozono, eliminando agentes externos que pueden contaminar el exterior del fruto pero los microorganismos internos hacen su función de fermentación. Así consiguen cafés muy limpios.
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